POR IGNACIO PELLIZZÓN
Por lo general, “Historia” no es la materia más entretenida
y divertida que uno aprende a lo largo de su vida. Esto tiene que ver
íntimamente con quién es la persona encargada de contarla o relatarla. Si bien
el día a día es un hecho histórico en la posteridad, el pasado es el presente y
futuro más cercano que tenemos. Algún día, seremos los encargados de
transmitirla.
Los acontecimientos que se van sucediendo a lo largo de los
años nos van marcando en los aspectos culturales, políticos, económicos. Tal
vez, no tengamos intención de conocer el origen de ciertas cuestiones, lo que,
de alguna manera, implica que no queramos saber cómo es que estamos donde
estamos y por qué.
Si reflexionamos un poco, el cómo y el por qué, notaremos
que son dos preguntas tan frecuentes en nuestro vocabulario que casi ni las
percibimos. Es decir, que siempre nos interesa saber y tener las respuestas a
las preguntas más insólitas. Nadie se siente orgulloso de decir: “No sé”, por
más meritorio y honesto que sea (sobre todo en periodismo).
El lugar fundacional de Rosario Central no es simplemente un
símbolo para uno de los clubes más importantes del país, sino que conlleva un
contexto que nos retrotrae a nuestro presente. La indagación en los hechos históricos,
en dichas aguas turbias y profundas, nos llevan a sacarnos una venda de los
ojos y vislumbrar que, tal vez, lo que siempre creímos que era no termina
siendo así.
“Si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir
que hay otra historia”, dice una canción de Litto Nebbia que se llama “Quien
quiera oír que oiga”. Creo que no hay mejor forma de expresar lo que la
historia implica. Los relatos son cuentos de diversos géneros que nos van
formando una idea de lo que pudo el pasado ser o que realmente fue. El conjunto
de éstos nos pueden dar una insinuación a la verdadera verdad.
El templo anglicano ubicado en Av. Alberdi 23 bis (actual
lugar fundacional de Rosario Central), significó mucho más para aquellos
obreros del siglo XIX, que lo que hoy representa para la sociedad posmoderna de
Rosario. En la que en algún momento fue la zona industrial más importante de la
ciudad, hoy confluyen un sinfín de avenidas, calles, cortadas que atraviesan la
historia sin siquiera rozarla, observarla, admirarla.
Son pocos los edificios arquitectónicos que se mantienen en
óptimo estado, y esto se debe al lugar que le damos en nuestra historia actual
a aquellos monumentos que nos hablan sin blasfemias ni censuras, que nos
otorgan una innumerable cantidad de anécdotas y hechos que explican el cómo y
el por qué. Sin embargo, dichas interrogaciones parecen ser desvalorizadas.
Los inmuebles toman identidad cuando las personas comprenden lo que realmente significan, es un valor agregado que se somete frente a nuestra presencia para enaltecerse, dignificarse, pero fundamentalmente para revalorizarse y reivindicarse de cara a la ignorancia de muchos o algunos.
Los inmuebles toman identidad cuando las personas comprenden lo que realmente significan, es un valor agregado que se somete frente a nuestra presencia para enaltecerse, dignificarse, pero fundamentalmente para revalorizarse y reivindicarse de cara a la ignorancia de muchos o algunos.
Entre la grasa y los fierros, entre los rieles y
locomotoras, entre camisetas sucias y manos transpiradas, entre sudor y
lágrimas, entre tragos y cartas, entre un grupo de obreros, trabajadores
incansables y explotados que terminan siendo más que compañeros, sino un grupo
de amigos que se lanzan a la prepotente y avasalladora tarea de fundar un club,
una institución, un equipo, firmando dentro de una iglesia protestante su
decreto como tal, es una caricia mínima con la que se puede honrar a dicho
templo anglicano.
La titánica tarea de encontrar el cómo y el por qué de ese
período, deja a las claras el inmenso baúl vacío con el que contamos a la hora
de reconstruir hechos históricos. Pero, como los difuntos que tratan de ser
callados y terminan hablando desde los hospitales o morgues, la historia tiene
su propia voz, que no puede ser desoída pero sí ignorada.
El templo anglicano, es más que un espacio donde alguna vez
25 aventureros se lanzaron a crear un club; es un monumento en pie y con vida
que nos cuenta cómo fue la vida en Rosario en la zona Norte, en los barrios
industriales divididos por vías ferroviarias, repleta de talleres e inmigrantes
de todas partes del mundo buscando una oportunidad en esta tierra. Es la
historia contada en ladrillos. Hoy, pintados de azul y amarillo. “Quien quiera
oír que oiga”.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarPorque contenía errores de digitalización. Chalo Lagrange.-
EliminarMuchas gracias Ignacio, Ana Clara, Sol y Natalia. Espero que su trabajo haya tenido el éxito que merece. Quedo a disposición. Con todo afecto, siempre. Chalo Lagrange.-
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