jueves, 27 de febrero de 2014

NOTA DE OPINIÓN

UNA HISTORIA CONTADA EN LADRILLOS



POR IGNACIO PELLIZZÓN

Por lo general, “Historia” no es la materia más entretenida y divertida que uno aprende a lo largo de su vida. Esto tiene que ver íntimamente con quién es la persona encargada de contarla o relatarla. Si bien el día a día es un hecho histórico en la posteridad, el pasado es el presente y futuro más cercano que tenemos. Algún día, seremos los encargados de transmitirla.

Los acontecimientos que se van sucediendo a lo largo de los años nos van marcando en los aspectos culturales, políticos, económicos. Tal vez, no tengamos intención de conocer el origen de ciertas cuestiones, lo que, de alguna manera, implica que no queramos saber cómo es que estamos donde estamos y por qué.
Si reflexionamos un poco, el cómo y el por qué, notaremos que son dos preguntas tan frecuentes en nuestro vocabulario que casi ni las percibimos. Es decir, que siempre nos interesa saber y tener las respuestas a las preguntas más insólitas. Nadie se siente orgulloso de decir: “No sé”, por más meritorio y honesto que sea (sobre todo en periodismo).

El lugar fundacional de Rosario Central no es simplemente un símbolo para uno de los clubes más importantes del país, sino que conlleva un contexto que nos retrotrae a nuestro presente. La indagación en los hechos históricos, en dichas aguas turbias y profundas, nos llevan a sacarnos una venda de los ojos y vislumbrar que, tal vez, lo que siempre creímos que era no termina siendo así.

“Si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia”, dice una canción de Litto Nebbia que se llama “Quien quiera oír que oiga”. Creo que no hay mejor forma de expresar lo que la historia implica. Los relatos son cuentos de diversos géneros que nos van formando una idea de lo que pudo el pasado ser o que realmente fue. El conjunto de éstos nos pueden dar una insinuación a la verdadera verdad.

El templo anglicano ubicado en Av. Alberdi 23 bis (actual lugar fundacional de Rosario Central), significó mucho más para aquellos obreros del siglo XIX, que lo que hoy representa para la sociedad posmoderna de Rosario. En la que en algún momento fue la zona industrial más importante de la ciudad, hoy confluyen un sinfín de avenidas, calles, cortadas que atraviesan la historia sin siquiera rozarla, observarla, admirarla.

Son pocos los edificios arquitectónicos que se mantienen en óptimo estado, y esto se debe al lugar que le damos en nuestra historia actual a aquellos monumentos que nos hablan sin blasfemias ni censuras, que nos otorgan una innumerable cantidad de anécdotas y hechos que explican el cómo y el por qué. Sin embargo, dichas interrogaciones parecen ser desvalorizadas.

Los inmuebles toman identidad cuando las personas comprenden lo que realmente significan, es un valor agregado que se somete frente a nuestra presencia para enaltecerse, dignificarse, pero fundamentalmente para revalorizarse y reivindicarse de cara a la ignorancia de muchos o algunos.

Entre la grasa y los fierros, entre los rieles y locomotoras, entre camisetas sucias y manos transpiradas, entre sudor y lágrimas, entre tragos y cartas, entre un grupo de obreros, trabajadores incansables y explotados que terminan siendo más que compañeros, sino un grupo de amigos que se lanzan a la prepotente y avasalladora tarea de fundar un club, una institución, un equipo, firmando dentro de una iglesia protestante su decreto como tal, es una caricia mínima con la que se puede honrar a dicho templo anglicano.

La titánica tarea de encontrar el cómo y el por qué de ese período, deja a las claras el inmenso baúl vacío con el que contamos a la hora de reconstruir hechos históricos. Pero, como los difuntos que tratan de ser callados y terminan hablando desde los hospitales o morgues, la historia tiene su propia voz, que no puede ser desoída pero sí ignorada.


El templo anglicano, es más que un espacio donde alguna vez 25 aventureros se lanzaron a crear un club; es un monumento en pie y con vida que nos cuenta cómo fue la vida en Rosario en la zona Norte, en los barrios industriales divididos por vías ferroviarias, repleta de talleres e inmigrantes de todas partes del mundo buscando una oportunidad en esta tierra. Es la historia contada en ladrillos. Hoy, pintados de azul y amarillo. “Quien quiera oír que oiga”.

3 comentarios:

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    1. Porque contenía errores de digitalización. Chalo Lagrange.-

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  2. Muchas gracias Ignacio, Ana Clara, Sol y Natalia. Espero que su trabajo haya tenido el éxito que merece. Quedo a disposición. Con todo afecto, siempre. Chalo Lagrange.-

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